viernes, enero 27, 2012

Hoja de cálculo con autoreferencia a la propia hoja (Excel, OpenCalc, Google)

Un problema curioso...

Preparación

  1. En la hoja de cálculo escribimos una tabla con la primera columna con números.
  2. En la segunda columna, escribimos una ecuación que nos devuelva el numero de la primera columna
  3. En la tercera columna, volvemos a hacer autoreferencia a la primera columna, pero en este caso, añadimos en la ecuación el nombre de la hoja de cálculo actual.

La fiesta

  1. Ahora le decimos que ordene la tabla por la primera columna. Todo bien.
  2. Es el turno de ordenar por la segunda columna. Sin problemas
  3. Y le toca a la tercera. Ordenamos por la tercera columna. ¿Qué pasa?

La comparación

La hoja de cálculo de Mocochoft, Excel y la de OpenOffice, ordenan mal, cambian las ecuaciones, los resultados de la tercera columna son erróneos.

La hoja de Google, lo hace bien.


Observaciones

El problema con Excel, se produce muy fácilmente. Basta con seleccionar otra hoja mientras escribes la ecuación, volver a la hoja y ya te ha metido la autoreferencia de hoja.

En OpenOffice y Google, el comportamiento es mejor. Con el ratón no se puede generar. Detectan que has vuelto a la hoja propia y no escriben la autoreferencia.
No está mal, porque es difícil que alguien escriba a mano una autoreferencia a una hoja de cálculo.

Pero la mejor solución, es hacerlo bien, que no es tan difícil.

Y eso es lo que hace Google. Aunque haya una autoreferencia a la propia hoja en la propia tabla a ordenar, lo gestiona bien.


Vuelve a ganar Google Docs. En segundo lugar, OpenOffice. Y Excel, con un patético resultado.

Probado en Excel 2007

¿Es más importante el "Ribbon" que estos problemas?

lunes, enero 23, 2012

El falsificador más buscado de todos los tiempos


http://www.elblogsalmon.com/historia-de-la-economia/edward-mueller-el-falsificador-mas-buscado-de-todos-los-tiempos



Edward Mueller: el falsificador más buscado de todos los tiempos

Los misteriosos billetes falsos

Edward Mueller tenía los conocimientos suficientes para hacer falsificaciones muy burdas, los había ganado trabajando en su infancia. Tomó una fotografía de estudio de un billete en casa de su hija y fabricó placas de zinc en su casa. En otoño de 1938 ya había sacado su primer billete. Lo secó y en cuanto estuvo listo compró diez centavos de caramelos. Había tenido noventa centavos de beneficio sobre el mismo. Además se dio cuenta de algo que no habían pensado nunca los demás falsificadores. Nadie examina un billete de valor tan pequeño.
Los billetes eran de muy mala calidad. La palabra Washington estaba mal escrita, se leía Wahsington y los ojos de George Washington también estaban mal. El papel no era parecido, sino que era uno normal que se podía comprar en cualquier papelería. Cuando el Servicio Secreto (que tiene dos funciones, luchar contra el dinero falso y proteger al presidente) encontró el primer billete, les pareció una falsificación de lo más burda. Pero también muy difícil de detectar. Por supuesto abrieron un nuevo expediente, el 880.
Los billetes empezaron a aparecer, en pequeñas cantidades. Estos aparecían en estaciones de metro, tiendas, bares, pequeños negocios… Los gastos de Edward Mueller nunca superaban los 50 dólares mensuales, por lo que no dispersaba más de dos billetes al día. Edward Mueller nunca quiso un estilo de vida extravagante, solo vivir él y su perro. Su alquiler eran 25 dólares al mes. Lo máximo que hacía era comprar caramelos para los niños del barrio, era una época en la que eso no resultaba siniestro.

Buscando a un falsificador

Mientras tanto el servicio secreto tenía problemas para encontrarlo. Acostumbrados a otra escala, cazar a Juettner era matar moscas con cañonazos. A los cinco años sólo se habían puesto en circulación 2.840 dólares y los agentes estaban completamente perplejos de las pequeñas cantidades que se habían puesto en circulación. A los diez años unos cinco mil.

El Servicio Secreto intentó darle publicidad al tema, pero lo único que consiguió fue que muchos ciudadanos no proporcionaran los billetes a las autoridades y se los quedaran de recuerdo. Según el periodista del New Yorker, StClar McKelway detrás del archivo 880 había más gente de la que había habido nunca detrás de ningún otro caso de falsificación de dinero.

Fue un incendio

Un incendio en el edificio de apartamentos de Edward Mueller cambió el curso de la historia tras diez años de vivir de falsificar billetes. Él se salvó, pero su perro murió. Muchas de sus pertenencias se tiraron por los bomberos y mientras que el edificio era reparado el falsificador se mudó a casa de su hija en las afueras.
Nueve chavales de entre diez y quince años estaban jugando en un descampado y encontraron la prensa de Edward Mueller y treinta billetes, que pensaron que eran de juguete. Uno de ellos llevó algunos a casa, y su padre al verlo pensó que era un asunto lo suficientemente serio como para avisar a las autoridades y los llevó a una estación de la calle 100. El servicio secreto al ver la palabra Washington mal escrita se frotó las manos. Por fin empezaban a ver una luz al final del túnel después de diez años quebrándose la cabeza sin obtener ninguna pista.
Edward Mueller fue detenido unos pocos días después, sin tener ningún tipo de problema para confesar lo que había hecho. Parecía gustarle la atención que recibía. Lo único que quería era vivir con su perro y regalar caramelos a los vecinos de vez en cuando. Además nunca había dado más de un billete a la misma persona, por lo que el daño que había causad era mínimo.
Edward quedó en libertad bajo fianza, a pesar de eso se pasaba por las oficinas del Servicio Secreto a saludar. Cuando fue juzgado a los 73 años, disfrutó todos los minutos que duró el juicio. Nunca en su vida había despertado tanta atención. Fue sentenciado a un año y un día y la multa fue de un dólar. De su sentencia sólo cumplió cuatro meses y después se mudó a casa de su hija. Ahí se dedicó a contar como había engañado al servicio secreto durante diez años a todo aquel que quisiera escucharle.
En 1950 se hizo una película contando su vida, Burt Lancaster fue el agente del Servicio Secreto y Edmund Gwen lo interpretó a él, llegando a ser nominado a un Oscar por la actuación. Fue invitado al estreno donde disfrutó como un niño. Además por los derechos de la película obtuvo más dinero que por toda su actividad de falsificador durante diez años.